Descansando en una piedra
un cocodrilo dormía,
siempre se encontraba solo
pues su tamaño temían.
Eran tan grandes sus dientes
tan enormes sus encías,
que nadie se le acercaba
temiendo perder la vida.
El cocodrilo era bueno
y le causaba dolor,
que los demás animales
le tuvieran tal terror.
Un perezoso lo mira
desde un árbol, en lo alto,
acomodado en el tronco,
un rato lleva observando.
Abre sus ojos despacio,
mira y lo vuelve a mirar,
ve al enorme cocodrilo
su mandíbula cerrar.
De repente al cocodrilo
le empieza a doler un diente,
se está poniendo nervioso
y se remueve impaciente.
El perezoso lo observa,
siente su enorme dolor,
más su cordura conserva
y tiene mucho temor.
El cocodrilo se mueve,
se retuerce con furor,
y con la fuerza que tiene
causa en la tierra un temblor.
El perezoso asustado
lo mira con compasión,
de un lado a otro se mueve
con gran desesperación.
Un elefante se acerca
alarmado por los ruidos,
extendidas las orejas
al perezoso lo ha oído.
El cocodrilo de panza
con el dolor no se entera,
que desde fuera lo miran
y ven que se desespera.
El perezoso muy lento
ha empezado a descender,
con su trompa el elefante
lo ha bajado donde él.
Poco a poco se le acercan,
y estando a su lado ya,
el reptil abre su boca
y el diente le ven sangrar.
Con su trompa el elefante
engancha muy bien el diente,
tirando con mucha fuerza
el perezoso, lo siente.
El alivio, ahora ha sido,
el alivio, ahora siente,
lo ha notado el cocodrilo
casi inmediatamente.
Los tres están muy contentos
después de lo sucedido,
sobre todo el cocodrilo
que los mira agradecido.
Les cuenta toda su vida,
cuánto era su dolor,
de nuevo les da las gracias
por superar su temor.
Juntos a tomar el sol
al cocodrilo acompañan,
dándose cuenta que a veces,
las apariencias engañan.