martes, 17 de enero de 2017

Cuento: Las puas de Amistad

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Érase una vez un erizo que vivía en el bosque. Aquel erizo estaba llenito de púas (y hasta aquí todo normal). De hecho aquella situación era buena, puesto que sus púas conformaban un sistema natural de defensa que le alejaba de todo peligro. Ni siquiera los animales más salvajes se atrevían a acercarse a él por miedo a ser heridos.
De esta forma el erizo iba de acá para allá sin ningún miedo. Igual le daba cruzarse con una serpiente de cascabel que con un fiero tigre. Estaba muy tranquilo con sus púas y caminaba muy seguro de quien era.
Pero además de fuerte y valiente, aquel erizo era uno de los animales más amables y generosos del bosque. Y es que no dudaba en entregarle sus púas a aquel que las necesitara, con tal de salvar de los posibles y naturales peligros del bosque a cualquiera de sus amistades.
Pero un día el erizo se dio cuenta de que tan solo le quedaba una púa sobre el lomo. Había sido tan generoso con los demás que las había ido perdiendo, una tras otra, casi sin darse cuenta. Y finalmente, la púa que le quedaba, decidió regalársela a un ratón que huía temeroso de un gato fiero y hambriento. ¡Qué feliz se sintió el erizo al ver como el ratón usó su púa de espada para ahuyentar al gato!
Y en estas llegó una temible serpiente, que observaba desde hacía días al erizo generoso, y poco a poco fue aproximándose al él, que disfrutaba del sol con la pancita arriba ajeno a todo mal.
Pero no creáis que el erizo tenía miedo, amiguitos. Estaba tan convencido de que cada cual tenía que aceptar su destino y las consecuencias de sus actos, que vivía feliz a pesar de no tener ya sus púas consigo. El erizo del que os hablo, era un ser muy consecuente, además de amable. Y por ese motivo sus amistades no podían dejar que la serpiente se lo zampara después de haber hecho tanto por los demás.
Y poquito a poco los animales del bosque se fueron acercando hasta conseguir abalanzarse sobre el temido reptil. Con ayuda de todas y cada una de las púas que el erizo había regalado, consiguieron atemorizar a la serpiente, que huyó finalmente despavorida y sin comer.
El erizo había entregado todas sus púas en favor de la amistad, y el destino (del que tanto hablaba nuestro erizo) supo responder convenientemente a noble su gesto.

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